El reloj biológico también corre para los papás. Y las investigaciones más recientes sugieren que lo hace más deprisa de lo que se creía. Si hasta ahora se consideraba que era a partir de los 55 años cuando laedad del padre podía tener alguna incidencia en la salud del bebépor la mayor acumulación de alteraciones cromosómicas en el esperma, un nuevo estudio de la Escuela de Medicina de la Universidad de Stanford que ha revisado más de 40 millones de nacimientos sugiere que los riesgos comienzan a los 35 años y son significativos a partir de los 45.
En concreto, los científicos de Stanford aseguran que cuanto mayor es la edad del padre mayor es el riesgo de que el bebé tenga problemas al nacer: desde bajo peso hasta convulsiones, pasando por necesidad de respiración asistida o de ser ingresado en la unidad de cuidados intensivos neonatales (UCIN).
Los datos del estudio –publicado a principios de noviembre en el British Medical Journal –, sugieren que, una vez controladas variables como la edad materna, la raza, la educación, el nivel educativo, el estado civil o el historial de tabaquismo, una vez que el papá pasa de los 35 años hay un ligero aumento en los riesgos al nacer porque con cada año que un hombre envejece acumula en promedio dos nuevas mutaciones en el ADN de su esperma.
Así, los bebés nacidos de hombres de 45 años o más tenían un 14% más de probabilidades de nacer prematuramente, de presentar un bajo peso y de ser ingresados en la UCIN que los que tenían padres entre 25 y 34 años (la edad promedio de paternidad en Estados Unidos). Y el riesgo de convulsiones aumenta, según los datos del informe, un 18%. Y a partir de los 50 años, la probabilidad de requerir ventilación al nacer era un 10% superior, y la de necesitar asistencia en la UCI aumentaba un 28%.
Rafael Oliva, especialista de epigenética y epigenómica del espermatozoide y jefe del grupo de investigación en biología molecular de la reproducción del Idibaps, catedrático de la UB y consultor del Centro de Diagnóstico Biomédico del Clínic, no se muestra sorprendido por estas conclusiones. “Es un trabajo interesante y va en línea con lo que están mostrando otras investigaciones: que el papel del padre en la gestación y en la salud del hijo es más importante de lo que creíamos y que el reloj biológico masculino también”, señala.
También Julio Herrero, jefe de reproducción asistida de Vall d’Hebron, cree que este estudio es relevante porque llama la atención sobre un factor –la edad del progenitor varón– que no se suele tener en cuenta porque se pensaba que influía poco y a partir de los 55 años. No obstante, considera que los resultados concretos de la investigación deben tomarse con cautela porque es un estudio retrospectivo, hecho a partir de los formularios que en su día rellenaron los médicos o los padres sobre esos 40 millones de nacimientos, que agrupa a las madres en franjas de edad demasiado amplias para valorar si en los riesgos al nacer que se atribuyen a la edad del padre no influirán también los derivados de la edad de la pareja o de si es o no el primer hijo para esa mujer. “Lo importante es que pone de manifiesto la necesidad de estudiar la incidencia de la edad paterna y del reloj biológico masculino con más profundidad, pero se ha de hacer de forma prospectiva y tomando como grupo de control parejas de padres mayores con madres jóvenes”, opina Herrero.
Álvaro Vives, andrólogo responsable de la Unidad del Varón de Dexeus, coincide en que es difícil que un estudio sobre un número tan elevado de casos no tenga cierto sesgo, si bien admite que a medida que los hombres cumplen años tienen más alteraciones a nivel cromosómico y pueden causar problemas en el feto. “De hecho, en la sanidad pública catalana se limita el acceso a la fecundación in vitro si la mujer pasa de 38 años o el hombre de 55”, ejemplifica. Vives considera que el hecho de que muchos centros de fertilidad estén dirigidos por ginecólogos hace que se ponga más el foco en las condiciones de la mujer, “pero el 50% de la fertilidad es responsabilidad del hombre, y hay muchos factores y hábitos –consumo de tóxicos, ingesta de café, té, sobrepeso, tabaco...– que influyen” en la calidad de los espermatozoides y por tanto en la fertilidad, en alteraciones que afectan al desarrollo del embarazo y pueden provocar bebés prematuros o con problemas respiratorios, que es lo que apunta el estudio de Stanford.
En la reunión de la Sociedad Europea de Reproducción y Embriología del 2017 se presentó un estudio de biólogos de la Universidad de Harvard que, tras analizar 19.000 tratamientos de fecundación in vitro, concluía que cuando mujeres jóvenes trataban de tener hijos con hombres mayores de 40 años era más probable que el embarazo no prosperara. En cambio, los resultados eran mejores cuando el varón no había alcanzado la treintena.
Desde el ámbito de la epigenética, Oliva explica que aunque aún hay poca información en humanos sobre todo lo que se transmite por el esperma, en los dos últimos años se han acumulado evidencias en animales de que los estilos de vida de los varones –desde lo que comen hasta las experiencias que viven–, provocan cambios medibles en sus espermatozoides y se transmiten a la siguiente generación y, a veces, incluso a la tercera. “Estamos habituados a centrar la preocupación sobre las madres porque el ovocito es muy grande comparado con el espermatozoide y durante mucho tiempo se pensó que si en los bebés había más herencia que el mero ADN sería materna, a través de los factores citoplasmáticos del ovocito, porque se creía que el espermatozoide sólo contenía el ADN; pero hoy está clarísimo que en el espermatozoide el genoma del padre está organizado por histonas y protaminas, lo que tiene el potencial de aportar información epigenética”, resume el investigador del Idibaps.
Esta semana la revista científica PNAS se hacía eco de que un equipo de médicos de Estados Unidos también ha acabado con la creencia de que el ADN de las mitocondrias –las estructuras que dan energía a la células– sólo lo transmiten las madres, al haber identificado a más de una docena de personas en tres familias diferentes que han heredado mitocondrias de ambos progenitores. Los investigadores consideran, no obstante, que se trata de una excepción a la regla general, que es que cuando las mitocondrias paternas entran en el cigoto hay una etiqueta química que las marca para destruirlas. No obstante, el hallazgo incide en que la herencia biológica que recibe una persona va más allá de la secuencia de genes y está marcada por la huella que la vida, los hábitos y el ambiente han dejado en ambos progenitores.