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¿Por qué puede fallar un tratamiento de reproducción?

En general, solo 3 de cada 10 tratamientos de reproducción asistida presentan algún problema que dificulta el embarazo. Y, aun en estos casos, en 2 de cada 3 se puede averiguar cuál es la causa y buscar la solución. Pero también es verdad que el embarazo no siempre se logra a la primera, y en muchos tratamientos es necesario realizar un segundo o tercer intento para conseguirlo. Sin embargo, y aunque los médicos saben que este hecho puede ocurrir y entra dentro de lo que se considera completamente normal, cuesta aceptarlo, ya que un mal resultado provoca mucha decepción y aumenta la incertidumbre y la presión que muchas mujeres sienten, tanto por el impacto psicológico y personal, como por el coste económico que, a menudo, comporta alargar el tratamiento.

Por ello, si vas a empezar un ciclo, tienes que asumir que es posible que las cosas no salgan bien a la primera o a la segunda, pero que no por ello hay que rendirse. También es importante que te des un margen de tiempo razonable, para no ponerte presión. Asimismo, es importante que preguntes cuál es la tasa de éxito que, en general, ofrece cada técnica; y cuáles son, en tu caso en particular, las posibilidades que tienes de lograr el embarazo, teniendo en cuenta tu edad, reserva ovárica, y tu pareja (si la tienes y va a participar en el tratamiento), y si vas a optar por una donación de óvulos o de embriones. Así podrás hacerte una idea más real de los resultados y de lo que puede durar tu tratamiento.

Además, debes tener en cuenta que a mayor edad de la paciente más dificultades pueden surgir, pero cada mujer es distinta y es posible que, aunque ya hayas cumplido los 40, te quedes embarazada a la primera. Por otro lado, realizar más de un tratamiento de estimulación supone aumentar la posibilidad de obtener más óvulos y embriones de calidad y, por tanto, más posibilidades de lograr el éxito, al menos potencialmente, ya que la tasa de éxito acumulada en FIV puede alcanzar el 85-90%.

Pero volvamos al punto de partida: ¿y si no funciona, qué …? En general, cuando el tratamiento no va bien, lo primero que nos preguntamos es por qué. Pero averiguarlo no es fácil. Las causas pueden ser muchas, ya que hay muchas variables en juego que intervienen en este proceso. Además, cada intento es único y distinto a cualquier otro, aunque se aplique la misma técnica y utilices tus propios óvulos o los de una misma donante, porque las células sexuales (óvulos y espermatozoides) que se utilizan en cada ciclo y el embrión resultante también lo son. Así que es imposible prever con antelación si las cosas saldrán bien o no. “Lo que sí se sabe, y muchos estudios han demostrado, es que la mayor parte de los fallos de implantación que se producen en los tratamientos de Fecundación in vitro (FIV) están directamente relacionados con el embrión y su calidad”, explica nuestro equipo de Medicina de la Reproducción. Por ello, es fundamental conseguir, y seleccionar si es posible, embriones de máxima calidad. En este aspecto, la técnica del Diagnóstico Genético Preimplantacional (DGP) es de gran ayuda para poder elegir los que presentan mejores características, especialmente cuando la madre tiene una edad avanzada o existe el riesgo de que el embrión presente alteraciones cromosómicas.

También se sabe que las posibilidades de lograr un embarazo mediante un tratamiento de FIV cuando se dispone de varios embriones de calidad son de hasta un 60-65%. Una cifra muy esperanzadora y mucho más alta que la que ofrece la naturaleza: se calcula que las probabilidades de que una pareja joven y sin problemas de fertilidad logre un embarazo tras mantener relaciones sexuales son como máximo de un 25% cada mes.

Sin embargo, también se ha observado, como indicábamos al principio, que aproximadamente un 30% de embriones que en principio reúnen los requisitos necesarios no logran implantarse en el útero ni dar lugar a un embarazo. Y, ¿por qué? La mayor parte de las veces, el motivo pueden ser alteraciones cromosómicas, y es por eso que en casos de edad materna más avanzada (cuando hay mayor incidencia de alteraciones cromosómicas en los óvulos) o en casos de fallos de implantación previos, es aconsejable seleccionar los embriones mediante la técnica de DGP.

También es posible que existan problemas uterinos que comporten un efecto inflamatorio (presencia de endometriosis, miomas o adenomiosis) o problemas de coagulación (trombofilias) que impidan o dificulten el desarrollo del embarazo incipiente. Los primeros se pueden detectar a través de una ecografía de alta resolución o una histeroscopia, que permite hacer un diagnóstico más preciso. En cuanto a los problemas de coagulación no es algo frecuente, y requiere un análisis específico, por lo que generalmente no se realiza un estudio de forma rutinaria al iniciar un tratamiento, a no ser que existan antecedentes familiares o que la paciente lo especifique en su historial clínico.

Aunque menos frecuente, y científicamente más controvertida, otra causa que podría impedir el desarrollo del embarazo podría ser una alteración en la receptividad endometrial. Sin embargo, la necesidad de realizar un estudio de este tipo es un tema sobre el que actualmente no existe un consenso médico, ya que es difícil demostrar que este hecho sea la causa de los fracasos. Además, se ha observado que aunque se realice el estudio y se modifique el tratamiento para modificar la receptividad, los resultados no siempre mejoran. De hecho, hay un 10% de casos en los que no se puede determinar cuál es la causa del fracaso. Y es en este punto en el que la experiencia y los conocimientos del profesional son claves para decidir cómo actuar, y si vale la pena seguir y alentar a la paciente a realizar nuevos ciclos, o explicarle que no hay una causa detectable y que no hay muchas probabilidades de lograr el éxito en próximos intentos.

Por suerte, como ya comentábamos al principio, son pocos los casos en los que al final no se logra un buen resultado (un 10% del total), así que recuerda que nunca hay que rendirse si las cosas no salen bien a la primera. De hecho, la mayoría de las veces se consigue el objetivo a la segunda o a la tercera. Además, se sabe que, junto a la edad, que es el principal determinante para el éxito, la constancia y la perseverancia en los tratamientos son otros dos elementos clave en la lista de factores que suman a favor de un buen resultado. En este sentido, antes de empezar, es fundamental que tengas confianza plena en el equipo médico, que es quien mejor te puede explicar cómo está la situación en cada momento, y aconsejar en función de los resultados obtenidos, para que te sientas bien informada y puedas decidir los siguientes pasos que vas a emprender.