¿Sueles abrir la nevera para picar algo solo por “matar el tiempo”, hacer un break o darte un premio? Si tu respuesta es sí, no te preocupes, todo el mundo lo hace. Comer es gratificante, y, además, ayuda a recargar las pilas y a despejarse un poco, sobre todo si llevas mucho rato trabajando de forma continuada o varias horas sin salir de casa. Pero hay que vigilar si esas “visitas” se producen de forma puntual, o se repiten más veces de la cuenta, y si esa necesidad responde a una sensación de hambre real o es una conducta impulsiva, que aparece cuando nos entra el bajón, estamos preocupadas por algo o estresadas.
La razón es que, a la larga, pueden provocar desequilibrios nutricionales y pasarnos factura, tanto desde el punto de vista de la salud, porque lo que nos apetece suelen ser alimentos ricos en azúcar y grasas saturadas –en definitiva, snacks poco saludables–, como mental, porque comer de forma impulsiva suele generar sentimientos de culpa a posteriori. Además, todas sabemos que la comida no soluciona los problemas.
Lo que ocurre es que no siempre es fácil darse cuenta de que tenemos un problema emocional con la comida. Creemos que lo que nos ocurre son antojos puntuales y que es normal que nos apetezca comer cosas dulces. Pero no es tan “normal”. Tenemos acceso a los alimentos de forma tan fácil que a veces nos damos el capricho de comer o picar entre horas sin motivo, solo por obtener una satisfacción momentánea que nos haga sentir mejor.
Pero, ¿por qué sentimos esa necesidad de comer cosas dulces? Muchas veces se debe al estrés: “ante situaciones de estrés liberamos cortisol, una hormona que regula los niveles de azúcar en sangre. Su objetivo es proporcionar energía a nuestros músculos por si tenemos que actuar de forma rápida o huir de un peligro” explica Xus Murciano, responsable de la Unidad de Nutrición de Dexeus Mujer. Por otro lado, el sabor dulce se identifica con placer, y cuando ingerimos azúcar automáticamente liberamos dopamina, la llamada hormona de la felicidad. La dopamina es un neurotransmisor que activa un mecanismo cerebral que se llama circuito de recompensa, que hace que tendamos una y otra vez a repetir comportamientos que nos producen esa sensación placentera. “Por ello, cuanto más dulce comemos, más necesidad tenemos de seguir comiendo cosas dulces, lo que crea un círculo cerrado”, explica Xus Murciano.
Para romper este círculo es fundamental averiguar qué nos provoca esa necesidad, para detectar si detrás de esa conducta hay algún trastorno físico o emocional. “Las dietas muy restrictivas, que provocan sensación de privación, por ejemplo, pasar por un momento difícil emocionalmente –una enfermedad o tener que tomar decisiones complejas– o los problemas en el trabajo, familiares o de pareja son situaciones que generan estrés y ansiedad y pueden dar lugar a trastornos alimentarios, explica Sandra García Lumbreras, responsable de la Unidad de Psicología de nuestro centro.
En general, darse cuenta ya es un primer paso importante. El segundo es tratar de ponerle remedio y, si es necesario, pedir ayuda, añade la psicóloga Sandra G. Lumbreras.
Para detectar el problema, aquí tienes algunas pistas:
Necesidad repentina. En general el “hambre emocional” se presenta de repente, mientras que la sensación de hambre normal aparece de forma progresiva y se va incrementando.
Somos selectivas. Sentimos un impulso por comer determinados tipos de alimentos y no otros. Ni pescado, ni carne, ni pan, ni fruta… Lo que nos apetece es comer cosas dulces o snacks: galletas, chocolate, patatas fritas, chuches, helado…
Falta de control. A menudo cuesta más controlar la cantidad y podemos darnos un atracón, porque “el vacío” o la necesidad que nos impulsa a comer no es fisiológica. Por esa misma razón, aunque comamos no nos sentimos “satisfechas”. Tampoco nos sentimos saciadas porque “el atracón” suele producirse en un corto periodo de tiempo en el que el cerebro no tiene margen para registrar lo que comemos.
Consejos útiles
Para controlar esos impulsos hay que tratar la causa, pero también es útil contar con algunos recursos. Estos consejos pueden ayudar:
- Elimina de tu cocina alimentos “tentadores” poco saludables: galletas, bollería, bebidas azucaradas, snacks… O hazlos tú en casa. Así tendrás la seguridad de que son más saludables.
- Ten a mano alternativas al azúcar. Puedes comer fruta desecada, yogur natural, frutos secos crudos, fruta natural, queso fresco, compota de manzana sin azúcar añadido…
- Lee siempre las etiquetas en el supermercado, aunque sin obsesionarte. Muchos alimentos envasados contienen azúcares que pasan desapercibidos. Si el primer ingrediente de la lista es el azúcar, ya no es una buena señal.
- No te prives. Come raciones generosas de alimentos saludables, date caprichos de vez en cuando y procura que tu dieta sea muy variada para evitar los antojos. Marca un horario y cubre necesidades, será la única manera de no tener hambre. A menudo una ingesta incompleta es el inicio del picoteo constante.
- Haz deporte regularmente. Reduce los efectos negativos del estrés. Además, libera endorfinas, un tipo de hormonas que nos hacen sentir bien. Relaja, mejora el estado de ánimo y favorece la salud física y mental y el descanso.
- Incluye en tu dieta alimentos ricos en carbohidratos de absorción lenta. Se llaman así porque consiguen que los niveles de azúcar en sangre se mantengan más estables, y contienen más fibra. Ejemplos: arroz y cereales integrales, legumbres, verduras, hortalizas y algunas frutas, como el aguacate y los plátanos.
- Busca otras actividades de descanso o recompensa. Sustituye esos momentos de descanso o recompensa por actividades que no tengan que ver con la comida (ni el tabaco) como llamar a una amiga, hacer unos estiramientos o escuchar música.
- Hábitos saludables diarios y puntualmente más flexibles. Si sigues unos hábitos de vida saludable, puedes ser flexible puntualmente en acontecimientos sociales. Así resulta más fácil controlar y no sentirte culpable.