Hoy es uno de esos días en los que la vida parece dar vueltas alrededor de un solo concepto. Todos nos volvemos solidarios y nos acordamos de nuestros familiares y amigos. Para algunos de nosotros, sin embargo, ese día no es solo una jornada anual, sino que es una vivencia los 365 días del año.
Hace treinta años empecé mi propia batalla contra el cáncer de mama y, en todo este tiempo, he visto evolucionar los diagnósticos, los tratamientos y la actitud de la mujer ante la enfermedad. Son treinta años llenos de trabajo y optimismo, de aprender día a día de los maestros, de los investigadores y sobre todo de las pacientes. Un largo periodo en el que, si bien la muerte ha hecho acto de presencia, ha sido sobre todo la vida la protagonista.
El cáncer de mama ya no es, en la mayoría de los casos, esa enfermedad mortal que vivíamos hace tres décadas. Podemos vencerla casi siempre, pero nos enfrentamos con algo nuevo: volver a la normalidad.
Recuerdo mis inicios, cuando el éxito era una intervención quirúrgica bien realizada o cuando nos felicitábamos ante una mujer que alcanzaba los cinco años sin enfermedad. Desde entonces todo ha ido muy rápido y los éxitos han cambiado.
¿Qué me produce más satisfacción en la actualidad? Siento un orgullo por mi profesión cuando veo tantas luchadoras corriendo la Carrera de la Mujer. Tengo una sensación de triunfo cuando veo que Anna vuelve a jugar al tenis como antes, o como Nuria puede cuidar de sus nietos o como Eva es feliz con su nueva pareja o como Rosa está al mando de su restaurante y sobre todo cuando Victoria me presenta a su hija Victoria nacida gracias al éxito de una oportuna preservación de fertilidad.
Estamos venciendo al cáncer; ahora lo importante es volver a la normalidad.